…destilar es hermoso. Ante todo, porque es un oficio lento, filosófico y silencioso[…] Después, porque comporta una metamorfosis: de líquido a vapor (invisible), y de este nuevamente a líquido; pero en este doble camino, hacia arriba y hacia abajo, se alcanza la pureza, condición ambigua y fascinante, que a partir de la química, llega muy lejos… y finalmente, cuando te dispones a destilar, adquieres la consciencia de repetir un rito ya consagrado a lo largo de los siglos, casi un acto religioso, en el que, de una materia imperfecta obtienes la esencia, la sustancia, el espíritu, y en primer lugar el alcohol, que alegra el ánimo y calienta el corazón…” Así contaba Primo Levi, en el quinto capítulo, “Potasio”, de su libro “El sistema periódico” publicado en 1975, su idea de la química, de la ciencia y de la vida. Todavía hoy, con toda probabilidad cualquier químico puede encontrar en sus palabras el entusiasmo de una pasión que se aproxima mucho, por la similitud de intenciones, a la ilimitada y con frecuencia impenetrable belleza de las artes. La química no es la asignatura austera que los estudiantes están “obligados” a memorizar en la escuela y que parece fuera de contacto con las recovecos la vida cotidiana. La química somos nosotros, son las manifestaciones que nos determinan como seres vivos, es lo que ocurre en cada instante dentro y fuera de la percepción singular que de sí mismo tiene cada ser humano. La química es el descubrimiento de un nuevo lenguaje, la posibilidad de identificar rutas innovadoras recorriendo caminos hasta ese momento desconocidos. La química somos nosotros, lo que comemos y cultivamos. La química es la transformación de la materia que ha cautivado a los antiguos alquimistas, ofreciéndoles sugestiones simbólicas, fascinaciones metafísicas. Todo es química, todos los fenómenos de la Tierra. También la mirada de Isabella, su entusiasmo, los pasos decididos con que atraviesa los laboratorios químicos de Mezzano di Ravenna, su voz, su relato que fluye más allá de las palabras, en las manos que dibujan en el aire lo que los profanos intuyen solo por aproximación. Y, sin embargo, al escucharla se tiene algo así como la impresión de entrar en una dimensión familiar, conocida. Cada fórmula es como la receta de un buen plato, sus gestos son la paráfrasis de un plato cocinado con el estupor del descubrimiento, sus instrumentos de trabajo son la transposición de los que el chef, en la cocina, utiliza para satisfacer el placer del paladar. Es la Investigación, que desempeñará una papel cada vez más fundamental en el desarrollo de tecnologías basadas en fuentes renovables, como el sol, el viento, los recursos hídricos, los geotérmicos, en el empleo de vectores energéticos innovadoras, como el hidrógeno, en los sistemas electroquímicos de acumulación y en la valorización de los productos y subproductos de las líneas de producción agrícolas. “Hay mucho sitio al fondo”, afirmaba el premio Nobel de física, padre de las nanotecnologías, Richard Feynman, en 1959. Hay mucho que “cocinar”, “trabajar”, “descubrir” en los laboratorios de Mezzano, donde el lenguaje de los científicos, sus procedimientos operativos, se transforma en la forma concreta de un prototipo de célula solar sensibilizada con colorante, en una bicicleta de hidrógeno, en el estudio de la destilación para aceites esenciales obtenidos de las plantaciones de geranio de la Sociedad en Madagascar. Moléculas, destilación, síntesis y nanopartículas. Son estas las palabras de Isabella y de sus compañeros de trabajo. Es el lenguaje de la ciencia, de la Investigación que se pone al servicio de la empresa y del desarrollo, de la Química, que en el tercer milenio solamente tiene la opción de ser green. Tozzi Green.
Fabio Cavallari narrador